Definitivamente el que persevera alcanza. Perseverar es intentarlo una y otra vez hasta conseguir lo que se anhela. Así fue como logramos llegar al punto más alto de Panamá: el Volcán Barú.
El viernes 20 a las 5:40 p.m. salió puntual mi vuelo de Copa Airlines rumbo a David, Chiriquí. La verdad es que ya iba agotada; pero tenía que sacar fuerzas para el reto que me esperaba. Una vez en David, me dirigí a Boquete y lo primero que hice fue ir al supermercado para comprar snacks y lo necesario para sobrevivir en esta travesía. Cené una hamburguesa con papitas fritas, cosa que no les recomiendo, porque el día siguiente, sintiendo algunos dolores estomacales, me tocó caminar 8 horas en ascenso.
Se llegó el gran día, a las 5:00 a.m. del sábado 21 ya estaba en el Gimnasio Los Naranjos para encontrarme con miembros de APPEDIVI, personas no videntes, y los guías que participarían en la actividad. A las 8:00 a.m. iniciamos la caminata pues nos tomó un tiempo organizarnos.
Todos empezamos llenos de vibras positivas, con pensamientos motivacionales y decididos a llegar a la cima. A pesar que la travesía se cubre en 8 horas de caminata y con ciertas dificultades, especialmente para las personas con poca preparación, se cumplieron las expectativas y por ello me siento contenta ya que estaba participando en una actividad para la cual no tengo ningún entrenamiento y esto aumentaba mis limitaciones. Pero me di cuenta que más allá de una preparación física para cumplir este reto, es necesaria una preparación mental. Que la mente controle nuestro cuerpo, nuestras energías, nuestros pensamientos y mantenga esa calma para no desesperarse logrando alcanzar la meta prevista.
Fui guía de Roger Saavedra, presidente de APPEDIVI, nunca había sido guía de una persona no vidente; pero luego de esta experiencia, salí graduada en el tema. Durante el trayecto él tomó de mi brazo y yo le describía si el suelo estaba resbaloso, o si había grandes rocas en el paso, o cualquier otro detalle necesario para evitar un accidente. Lo curioso es que a pesar que él me tomaba del brazo para sostenerse de mí, me sentía más cansada cuando andaba sola. Cuando lo guiaba, mi mente estaba ocupada en ayudarlo a él y la carga de subir el volcán era menos pesada. Comprobé que cuando pensamos en los demás, nuestro peso se hace más ligero.
En el camino, una chica se descompensó y una persona no vidente también estuvo pasando malos ratos. La chica que se descompensó, tuvo que terminar el trayecto en auto; la persona no vidente, siguió caminando hasta cumplir con su anhelado sueño de llegar a la cima. Cuando entramos en los senderos, ellos disfrutaban de las texturas de los troncos de los árboles, hablaban del suelo movedizo, del aire puro que se respiraba y el clima frío que se mezclaba con nuestros cuerpos calientes por el caminar. Las personas que pierden el sentido de la vista, desarrollan con más ímpetu el resto de los sentidos. Ojalá todos actuáramos igual, ojalá nadie viviera la experiencia de perder el sentido de la vista para valorar y disfrutar con intensidad de cada sentido con los que Dios y la vida nos han bendecido.
Cuando llegamos a la cima quedé como en shock; y no me lo van a creer, pero me emocioné tanto que empecé a llorar. Al escuchar a las personas no videntes llamar a sus familiares para contarles que lo lograron, no pude contenerme.
Les puedo pasar un dato; todos (incluyéndome) nos preparamos para el ascenso. ¿Cómo? Llevando snacks ligeros ya que entre más metemos en la maleta, más peso llevaremos a nuestras espaldas; con unas buenas botas para escalar, ropa de frío, un palo ya sea especial para escalar o de escoba para sostenernos en el trayecto, todo eso; sin embargo, no pensamos en la estadía en la cima y en el descenso. Señoras y señores; cuando pensé que lo difícil había terminado, me equivocaba. ¡Apenas empezaba!
Al llegar a la cima, con ayuda, tendí mi campamento y me recluí ahí mientras llovía. La verdad es que nunca había entrado en un camping y me quería dar claustrofobia. Me quedé dormida unos minutos y empezó a entrar el dolor en mi cuerpo, más el frío que traspasaba la carpa… era insoportable el dolor que empecé a sentirlo en mis huesos. Me atacó una gastritis y entré en desesperación. Salí llorando en busca de ayuda. Mi mente empezó a dejar de tener el control que me acompañó durante la jornada del día, y entraron los miedos. Por momentos quise que me regresaran a David, sentí que no aguantaría la gastritis, el frío y dormir en el camping bajo la lluvia. Estaba a menos 4 grados y yo soy la persona más friolenta que existe sobre la tierra. Sin un buen baño, sin mi cama, sin calefacción… les confieso que no había experimentado estar tan fuera de mi zona de confort, sin mis comodidades básicas. El día siguiente me dicen: ¡Sheldry! ¿Qué necesidad tenías de pasar por esto? Mi respuesta fue: Yo he tenido la bendición de tener una cama en donde dormir todas las noches, no paso frío, siempre tengo medicinas cuando me siento mal y un baño a donde ir. ¿Cuántas familias en el mundo tienen todas las noches que dormir en el suelo, pasando frío, soportando sus dolores porque no hay dinero para cuidar su salud? Ahora sé qué difícil es, ahora valoro mucho más lo que es tener una sábana y un colchón para dormir.
Encendimos una fogata para calentarnos porque el frío estaba tenaz, tomamos sopa y chocolate caliente; sin embargo, dormí poco. A las 6:00 a.m. vi salir el sol en la cima del Volcán Barú y escalé un poco más hacia la famosa Cruz que te hace estar oficialmente a 3,475 metros sobre el nivel del mar. Tenía ya para ese entonces malestar en las glándulas, mucho dolor de cabeza por la presión y el escaso oxígeno, a parte del cansancio acumulado durante el ascenso por la falta de un buen descanso. Pero estar allá arriba, respirar y dejar la mente en blanco hace que valga la pena. Le pedí al universo aquellos anhelados deseos que guardo en mi corazón y bajé con la satisfacción de que cumplí un reto y más que eso, lo hice en compañía de personas con discapacidad visual lo que lo hace aún más inspirador. Me inspiré de su valentía, de su tenacidad, y de los verdaderos ojos que tiene un ser humano que no todos hemos sabido identificar: los ojos del corazón.
Por un momento pensé en bajar el Volcán en auto; pero viendo a todo el grupo prepararse para bajar me retó a no dejarme. Todos pasamos una noche complicada; por qué yo que soy joven, que tengo todos mis sentidos, que gozo de tantas bendiciones iba a ser cobarde. De ninguna manera sería la excepción. La bajada para mí fue peor que la subida. Hubo varios resbalones, caídas de varias personas del grupo; y mucho dolor en mis rodillas y tobillos.
Mientras caminamos compartimos mucho. Roger Saavedra no es ciego de nacimiento. Dejó de ver a los 18 años por una enfermedad llamada Toxoplasmosis. Recuperó la vista gracias a una operación; pero a los 3 meses la inflamación lo regresó a la discapacidad visual. Me comentó que lo más difícil para él fue acostumbrarse al bastón y que muchas personas no videntes les avergüenza usarlo.
También hablamos un poco sobre el Volcán Barú con los guías del área que nos acompañaron y que suben el volcán todos los días. ¡Qué locura! Nos contaron que la mayoría de las personas que visitan el volcán son extranjeras. Así que hermanos panameños, es nuestro deber conocer el punto más alto de nuestro país. Otro tema es la basura, cuidemos las maravillas que tenemos.
Hay muchos mitos sobre la vida en el volcán. Se dice que hay pumas y animales salvajes; sin embargo, también mencionaron que no estamos en su cadena alimenticia aunque bromean diciendo que a estos animales les encanta la mujeres. Se han perdido muchas personas en este lugar, entre dientes se habla de un tema muy delicado, el tráfico de órganos. Es por eso que por seguridad, es importante recorrer el volcán con un guía conocedor y en plena luz del día. No inventen con lanzarse a hacer senderismos sin tener los conocimientos necesarios.
Se puede subir también en auto, tiene un valor de 300 dólares aproximadamente. Mi recomendación, es que lo caminen, además, les sale mil veces más barato jajaja. Yo pude, así que ustedes pueden. Les recuerdo, todo está en la mente.
Ahora sonrío mientras les escribo este Blog Post. Sonrío por esos momentos cuando quise rendirme y no lo hice. Sonrío por esos momentos en los que me sentía con hipotermia y aquí sigo. Sonrío por mis lágrimas de felicidad al sentirme fuerte y capaz cuando llegué a la cima y sonrío al sentirme un agente positivo por ser parte del sueño de personas no videntes. Ahora sonrío inspirada. No se vayan a perder el video que subiré próximamente en mi canal de YouTube con lo que fue esta experiencia extrema jajaja.
Regresé a Panamá, muerta de cansancio como se deben imaginar. Con las rodillas y los tobillos inflamados; pero con mucho que contar. Gracias a APPEDIVI por la invitación, caminar en las pisadas de un guerrero es una de las misiones que tengo en la vida. Y me despido contándoles un secreto… ¿Saben qué se siente estar en la cima? Cuando te sientes sin salida y tus papás te ponen el hombro y secan tus lágrimas, así se siente estar en la cima. Cuando trabajas con todas tus fuerzas por algo, que de momento no consigues y sigues intentando hasta logarlo, así se siente estar en la cima. Cuando todo parece estar oscuro y de repente ves la luz, eso es estar en la cima. En tu día a día, llegas a la cima de muchas formas; pero somos ciegos, más ciegos que una persona con discapacidad visual. Estamos tan acelerados y a veces tan distraídos que no somos capaces de valorar nuestros momentos en la cima. Y si no estás de acuerdo conmigo, te invito para que subas 3,475 metros a pie y te des cuenta cuántas veces has estado en el punto más alto y no lo has agradecido.
Besos,
Sheldry.
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